Cuatro gritos para el viento: Antología
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Juan de la Luz
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Conocí a Juan Larrañaga a pocos pasos de comenzar a caminar por la huellas de la poesía local, esa poesía amater, no consagrada de los poetas que leemos en tocatas, peñas, beneficios varios, días de... etc.; raramente en aulas o auditorios (como olvidar los adobes del mítico Sindicato de la Construcción en Merced esquina Serrano en Quillota).
Dentro de la variada gama de fauna literaria que se va conociendo varios nunca más se vuelve a saber de ellos o se torna sencillamente irreconocible el poeta en aquel funcionario o ejecutivo; pero de los que van quedando y estando siempre sin duda es Larrañaga uno de los más destacados. Primeramente me llamó la atención la fuerza de su declamación, esa potencia, esa convicción de sus versos resistivos, militantes; me hacía su capacidad de almacenaje y retención cuestionarme mi niun bait de memoria. Esa misma memoria que en Juan Larrañaga trae tanta carga como un río en aluvión, río puro, luego revuelto, sonoro de gritos y arengas, río que finalmente llega al mar, a la quietud y belleza de cuando la luz se retira ya casi por completo y da paso a la oscuridad de la tinta misma con que se imprimen estas letras, no sin antes cubrirse con un manto rojo de un bello atardecer.
Así pues sigo conociendo y estando cerca de Juan el poeta, el compañero, el declamador, el correcto y jovial viejo loco, aún siendo - extrañamente - el único poeta abstemio que conozco, seguramente es por sobrarle fuerza y convicción que no necesita de esos aliños que los poetas solemos salir a recolectar. Los invito entonces a oír estos cuatro gritos uno para cada viento.
Sin más... te escuchamos Juan.
Chepe Vicentiko / Poeta
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